Antes la cosa era muy sencilla: sujeto, predicado y complementos. Los sustantivos tan comunes, los verbos tan caprichosos, los predicados ya aplicados y lo tácito siempre tan expuesto. Y esto último cada vez más vigente. De ahí la necesidad de una clase como la mía. Los susurros y las risas iban en crescendo mientras se organizaban los cables, el video beam y el muro blanco. Tan desnudo. Tan vírgen. Tan callado. De pronto, una explosión de colores irreverentes e insinuantes iluminaron los ojos de las niñas quienes habían dejado de parpadear, de reir y de hablar. Un efecto paralizante y sublime invadió el salón. Sobraron las preguntas. Las niñas de colegio se transformaron en seres míticamente sensuales. Los ruidosos colores pintaron sus caras y la luz de muchas lunas se les refundió en el pelo. Ellas observaban. Ellas entendian y se sabían reflejadas en las azules flores abiertas, en las verdes montañas inmensas, en los palpitantes remolinos rosas y magentas. Trascendimos todas en el espacio y en el tiempo y la abrazamos. Con su mirada valiente y los pinceles aún frescos, Georgia sonrió con la complicidad de sabernos cuatro en una, una en todas.
Somos las que somos. Con lunas, con alma, con misterio Así nos honramos. Y así nos cuidamos. Con vocación de ánfora, tenemos la noble y perpetua misión del agua.
Gratitud, amor, LEALTAD y el alma siempre abierta.
Esa fue mi primera lección.
1 comentario:
Bellísimo.
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