Mis mañanas son eventos concurridos para los que debo alistar la música, el corazón y el alma.
Empiezo mis días fundiéndome en los verdes campos presentidos por mi papá, mezclándome en una paleta de verdades coloridas, verdades sostenidas y bien cocinadas por mi mamá. Ella, la fuerza. Ella, la totalidad y la nobleza. Ella, la calma. Recojo con ternura los insectos de colores, los códigos estudiados y los pentagramas. Se ordena la casa. Cuento los minutos. Cuento las gotas en mi cuerpo. Cuento mi propia historia, ya editada, bajo el agua que me inventa de nuevo, me recorre y me recuerda aquello que la noche calla. Ya soy otra. Como cada mañana. Con la misma emoción de esa primera cita sin nombre pero muy esperada, vierto el agua sobre el amado, deseado y nunca bien ponderado café de la montaña. Y entonces vienen los conjuros a los dioses de mi tierra y de tierras lejanas y ellos se pronuncian en forma de aroma que invade el escenario donde ya va a empezar la magia. Alguien prende el sol. Un chorro de luz atraviesa los telones verdes, grises y azules, salpicados de naranjas y quebradas. Es mi montaña. Es el bosque donde sucede la vida, toda ella, entre quietudes e inquietudes de épicos vuelos bien trazados. Luces y sombras. Hojas nuevas y hojas caídas pero no vencidas. Nacimientos y renacimientos contados cada mañana por libélulas indiscretas.
Silencios polifónicos. Cantos profanos. Oraciones inventadas.
Se ondean banderas tricolor con la esperanza usada y desgastada; se refuerzan las manos del labrador, se afina la voz de aquel que se indigna, haciendo caso aún a su consciencia. Se celebran las frases de luz, se lloran los golpes y la rabia.
Silencios polifónicos. Cantos profanos. Oraciones inventadas.
Y en medio de la obra, un saludo de nieve con nostalgia de panela y de sabana, una brisa suave que me arranca sonrisas, sonrisas que huyen a mi jardín inquieto en forma de semilla de acacia y se siembran sin otra esperanza que la de dejarme ser hoy, ahora…
...quién sabe mañana.
Febrero 2014
Febrero 2014
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